Paseamos por la historia y el estilo arquitectónico del Centro Cultural Recoleta.

Declarado Monumento Histórico Nacional, es uno de los edificios más antiguos de la ciudad.

En el elegante barrio de Recoleta, a metros de la avenida Libertador, se encuentra el Centro Cultural Recoleta (CCR). Un espacio dedicado al arte y la cultura contemporánea en el cual se llevan a cabo diferentes actividades artísticas. Su edificación es una de las más antiguas del lugar y fue destinada en el pasado como asilo de ancianos, hasta que, en 1980 se convirtió en un centro para el desarrollo de la cultura. 

Es un espacio vivo y participativo para adolescentes y jóvenes que apuesta a la convivencia en la diversidad y que impulsa los movimientos artísticos del país y del mundo desde hace más de tres décadas. Es visitado por más de medio millón de personas al año, en su mayoría jóvenes de entre 18 y 35 años.  

El CCR cuenta con 27 salas de exposición, un microcine, un auditorio y un anfiteatro. Además, cuenta con un área de formación que ofrece cursos y talleres, y un laboratorio de investigación y producción musical equipado con la más avanzada tecnología. Hay salas permanentes dedicadas a los adolescentes, al hip-hop, al dibujo, una zona de estudio, un espacio de ocio y recreación, un bar y una tienda de objetos de diseño.   

Antes de ser un espacio para los artistas, el Recoleta era, durante el siglo XVIII, el convento de los franciscanos. Los planos de la obra fueron diseñados por los arquitectos jesuitas alemanes Johann Kraus y Johann Wolff, mientras que el diseño de la fachada y los espacios interiores son atribuidos al arquitecto italiano Andrea Bianchi. El conjunto es uno de los edificios más antiguos aún en pie de la ciudad, ya que su construcción finalizó en 1732. En 1822 el Gobernador Martín Rodríguez desalojó a la orden del Convento, trasladando a los monjes a Catamarca, e instaló allí el Asilo de Mendigos.   

La zona donde se ubica fue privilegiada por Torcuato de Alvear, primer intendente de Buenos Aires (1880-1887), para realizar allí remodelaciones y embellecimiento del espacio público, y el edificio del asilo no fue la excepción. Comenzando con las ampliaciones a partir del mismo año, el pabellón de acceso, de estilo italianizante, y la capilla de estilo neogótico fueron construidos entre 1881 y 1885. Las obras fueron financiadas con donaciones de porteños de clase alta y encargadas al arquitecto municipal Juan Antonio Buschiazzo, quien diseñó todos los edificios. 

Entre 1893 y 1894 se realizaron nuevas ampliaciones a cargo de Buschiazzo, mientras el asilo crecía en su número de alojados y agregaba nuevas dependencias: lavaderos, panadería, etc. En muchas ocasiones se insistió en la importancia de la ventilación, que era el punto central de muchas teorías de la época acerca de la higiene y la sanidad. El Asilo llegó a tener capacidad para 800 personas con la condición de que no tuvieran ni familiares ni medios para subsistir. Entre las instalaciones se contaban 17 comedores, una cocina moderna, enfermería, biblioteca y ambientes calefaccionados. 

Sin embargo, la década de 1960 significó un punto de inflexión para la zona, ya que la Plaza Francia fue el lugar elegido por la juventud porteña para pasar su tiempo libre y vender artesanías, convirtiéndose en el epicentro del arte joven, ecléctico y de vanguardia.  

En 1979, Argentina era gobernada por una dictadura militar y el intendente de facto Osvaldo Cacciatore impulsó un pretencioso proyecto para transformar el viejo asilo en el nuevo Centro Cultural Ciudad de Buenos Aires, donde se instalarían en una sede única: el Museo del Cine, el Museo de Arte Moderno y el Museo de Artes Plásticas, además de alojar a parte de la colección del Museo de Arte Hispanoamericano.
La obra fue proyectada por los prestigiosos arquitectos y artistas plásticos Clorindo Testa, Jacques Bedel y Luis Benedit, mientras los ocupantes del asilo eran trasladados a la localidad de Ituzaingó y al Asilo Rawson.  

Los arquitectos eligieron un lenguaje completamente contemporáneo para su obra, instalando escaleras metálicas junto a los viejos pasillos abovedados y demoliendo varios de los viejos pabellones diseñados por Buschiazzo hacía ya cien años. La remodelación se realizó a partir de una base física de extraordinario valor, no común en la ciudad de Buenos Aires. Un amontonamiento de edificios producido a lo largo del tiempo, que combina la arquitectura de tres períodos bien diferenciados. La primera época colonial y católica, la “Belle Époque” para la élite porteña de fines del siglo XIX, y la Buenos Aires moderna. Esto se ve, por ejemplo, sobre la medianera compartida con la Iglesia del Pilar donde hay restos de arcos pertenecientes al templo franciscano, y sobre la terraza abierta que se exponen las ruinas de los pabellones demolidos en 1980.  

Las remodelaciones causaron discordancias en la comunidad de arquitectos pues algunos opinaban que se debía modificar lo menos posible el edificio y otros que debían hacerse los cambios necesarios para que cumpla con las nuevas funciones (culturales, comerciales, gastronómicas). Finalmente, se decidió conservar los claustros originales de mayor valor histórico y se remodelaron los patios y edificios de menor valor, como la capilla neogótica, que se transformó en un auditorio llamado “El Aleph” donde se pueden alojar hasta 200 personas. El auditorio conserva sus puertas y vitrales primitivos, pero agrega elementos arquitectónicos y de diseño adecuado a su función actual. Su esbelto perfil y su ábside, pintados de color rosa, pueden observarse plenamente, desde la barranca de la Plaza y resultan una imagen distintiva del lugar, visto desde distintas direcciones y distancias. 

El interior, fue acondicionado para satisfacer las demandas del público, y se llevaron a cabo con la ayuda de nuevas tecnologías obteniendo como resultado un sitio moderno y confortable. Se adecuó las salas a los estándares internacionales de acondicionamiento e iluminación requeridos para albergar exposiciones de arte, sin dañar la expresión de las estructuras y espacios históricos originales. 

Al ingresar se encuentra la administración donde se ubican los puestos de informes y venta de tickets. Luego está el Patio del Tilo, cuyo nombre hace alusión al viejo árbol que adorna el patio. Al final de este se encuentra la sala teatral Villa Villa, una ampliación inaugurada en el año 2001 gracias al aporte del grupo “De La Guarda”. Hacia la izquierda, un largo pasillo comunica cuatro patios internos: del Tanque, del Aljibe, de la Fuente y de los Naranjos. Los últimos dos mantienen un aspecto colonial con sus techos abovedados. En los pisos superiores se ubican la sala de proyecciones, el centro de documentación, la biblioteca musical, y una variedad de talleres.  

Desde la terraza se puede observar una vista única tanto a la ciudad que se extiende llena de vida y movimiento y en lo que respecta a la arquitectura majestuosa del edificio. Específicamente, unas aberturas escalonadas que permiten el ingreso de luz al Buenos Aires Design Center que funciona debajo del centro cultural. Este es un espacio inaugurado en 1993, dedicado exclusivamente al diseño. Cuenta con un patio de comidas y es sede de la sucursal porteña de Hard Rock Café desde 1997. 

A la hora de diseñar el proyecto de instalar un centro comercial y un centro de convenciones en parte del predio del Recoleta, se eligió contratar nuevamente a Clorindo Testa, quien diez años antes había proyectado el centro cultural. Este, tuvo la idea de aprovechar el antiguo paredón bajo la terraza del ex Asilo para excavar bajo la barranca, abrir una galería y construir el nuevo centro comercial debajo de la terraza del Centro Cultural Recoleta, sobre el nivel inferior de la plaza. Aquí es donde termina la calle central de carácter urbano que va enlazando todos los edificios del centro.  

En conclusión, este es un espacio cultural muy recomendable para visitar, no solo por su programación de eventos y actividades, y su diseño cómodo y amigable para el visitante, sino también por el rol que cumplió en la reconformación nacional tras la dictadura. Desde su inauguración en 1980, sus salas se convirtieron en el lugar para que los artistas pudieran reflejar libremente inquietudes y búsquedas alejadas de una mirada conservadora. En una época dónde había pocos espacios institucionales para expresarse, el Recoleta alojó las nuevas disciplinas, al diseño y a la moda -entendida como actividad artística-, y a todas las tendencias emergentes que en estas salas se convertían en muestra y objeto de reflexión. El centro fue pionero en discusiones hoy muy instaladas en la sociedad pero que en aquella época no estaban en el foco de la agenda social, como la reivindicación de las mujeres, y la cuestión de género. También fue el espacio para que las Abuelas de Plaza de Mayo pudieran hacer visible la búsqueda de sus nietos.
Txt: @Lola Sadovsky



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