Palacio Fernández Anchorena, ícono de una arquitectura exquisita, sutil y refinada.

El Palacio Fernández Anchorena es un lujoso palacete de estilo francés. Icono de una arquitectura exquisita, sutil y refinada, hecha para los paladares culturales de la élite porteña de comienzos del siglo XX. Ubicado en la Avenida Alvear, junto con el Palacio Duhau y la residencia Maguire (ex-Hume), conforman un conjunto edilicio de gran valor patrimonial que han construido la idea de Buenos Aires como la París de Sudamérica. 

La realización del Palacio fue encargada por el matrimonio del Dr. Juan Antonio Fernández y Rosa Irene de Anchorena al arquitecto francés Edouard Le Monnier en 1907. Curiosamente sus primeros dueños nunca lo habitaron debido a que durante su construcción en 1908, Juan Antonio sufrió un grave accidente en Europa que lo dejó discapacitado, y optaron por quedarse a vivir en París donde además tenían fuertes vínculos sociales. Justamente, Florinda Fernández Anchorena, una de sus hijas, estaba casada con un aristócrata francés, Georges Paul Ernest de Castellane Gould, Conde de Castellane, que era a su vez nieto del magnate estadounidense, Jay Gould, uno de los principales empresarios del ferrocarril en la época dorada de la expansión en el gigante del norte. Menciono este dato, para aclarar que la vida de estos aristócratas pasaba mayormente fuera de la argentina, con lo cual el palacio estaba mayormente deshabitado.  

Por ello, en 1922, el Palacio fue ocupado provisoriamente por el recién electo Presidente de la República Marcelo T. de Alvear y su esposa, Regina Pacini. Poco después, hacia fines de la década del veinte, el edificio fue alquilado y luego comprado por Adelia M. Harilaos de Olmos, quien lo habitó de modo permanente hasta su muerte. 

Adelia era una de las mujeres más ricas de su época y una fervorosa católica. Participó activamente en la realización del Congreso Eucarístico Internacional de 1934, recibiendo por ello la condecoración de Marquesa Pontificia por parte de la Santa Sede. Al redactar su testamento decidió donar su residencia como sede de la Nunciatura Apostólica. Falleció el 15 de septiembre de 1949, y el edificio pasó desde ese momento a su nueva función, que mantiene desde abril de 1952. Por eso fue la residencia del papa Juan Pablo II durante sus dos visitas a Buenos Aires, en los años 1982 y 1987. 

En 2002, mediante el Decreto 1495, el edificio fue declarado Monumento Histórico Nacional. 

El 18 de noviembre de 2010, se realizó un festejo por el centenario del Palacio, con un acto cultural. Como parte de la celebración, el Correo Argentino emitió una tirada de 3000 estampillas con imágenes de la residencia. 

El Palacio Fernández Anchorena fue obra del prestigioso arquitecto Le Monnier, francés de formación en la Academia de Bellas Artes de París. Su diseño es armonioso y simétrico. Si bien sigue los cánones academicistas de la arquitectura clásica, presenta un acercamiento a los nuevos estilos de comienzos del siglo XX como el art Nouveau, sobre todo en los interiores. 

La fachada, siguiendo las normas de la composición clásica, posee basamento, desarrollo y remate con una singular cúpula cubierta con pizarra, que actúa como eje de simetría y jerarquiza la entrada principal. Se ingresa a través de una logia curva. Esta es una galería exterior conformada por arcos sobre columnas toscanas (se apoyan sobre una base y sobre un podio, no tienen tallas ni ornamentos). Es techada y abierta, se accede por dos portones de elaborada herrería, bajo unos arcos enmarcados por una cornisa, que permite el desplazamiento vehicular bajo su cubierta.  

La totalidad del interior se organiza alrededor de un espectacular hall central. El diseño de planta elíptica, es decir que tiene forma oval, rodeado de columnas, con una escalera de honor de apariencia modernista, y coronado por una original cúpula provista de luz cenital, ofrece un juego espacial y lumínico magistral.  

Entre los ambientes sobresale la pinacoteca, iluminada a través de una gran claraboya, tapizada de brocado y con paredes cubiertas de cuadros del siglo XVII al XX. 

Al igual que en los jardines del Palacio Duhau, la vegetación llega hasta la calle Posadas en forma de desniveles que, en este caso, se pueden ver bajando por la calle Montevideo.  

En definitiva, es un edificio para resaltar no solo por su belleza arquitectónica, sino también porque forma parte de nuestra historia y aporta a nuestro patrimonio cultural, al ser una clara muestra de los gustos y pretensiones de la aristocracia Argentina del siglo XX.
Redacción Recoleta: Lola. S (@lolask_)



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