En la plaza Rubén Darío del barrio de Recoleta, delimitada por las avenidas Libertador, Pueyrredón y Figueroa Alcorta, y la calle Austria, se encuentra el monumento de Raoul Gustaf Wallemberg. Nació en Suecia el 4 de agosto de 1912, hijo de una prestigiosa familia, compuesta por diplomáticos y banqueros. Decidió tomar su propio camino, estudiando Arquitectura en la Universidad de Michigan, en Estados Unidos.
Sin embargo, el prestigio de su familia igualmente lo acompaño en su trabajo. En 1939, en la Segunda Guerra Mundial, empezó a trabajar en una empresa internacional con vínculos en Hungría, país ocupado por los alemanes en ese momento. Wallenberg se opuso completamente a la ideología nazi, razón por la que comenzó a trabajar como primer secretario de la legación sueca en Budapest, la cual también tenía un departamento humanitario.
Fue así como Wallenberg usó este departamento para salvar a miles de judíos, y las historias cuentan que llegó a subirse a los trenes que se dirigían a los campos de concentración para rescatar a quienes pudiera. En 1945, cuando las tropas rusas ocupaban Budapest y la guerra estaba terminando, Wallenberg fue detenido por fuerzas soviéticas y entregado a la NKVD, que luego se conocería como KGB. Se cree que fue acusado de haber hecho espionaje para Estados Unidos. Su cuerpo nunca fue encontrado, con versiones que sostenían que murió en 1947 en la KGB de Moscú, pero nunca fueron confirmadas.
Y por eso se lo conoce actualmente como “el héroe sin tumba”. Pero es recordado en múltiples esculturas en el mundo, y especialmente en Argentina, país al que arribaron muchas de las personas que fueron salvadas por Wallenberg.
La escultura fue hecha por Philip Jackson, quien nació en Inverness, Escocia, durante la segunda guerra mundial. Estudió en la Escuela de Arte de Farnham, y luego de terminar sus estudios allí, comenzó a trabajar como fotógrafo de prensa por un año, hasta que se unió a una compañía de diseño como escultor. La escultura fue hecha por el autor en 1944 instalándose en el Great Cumberland Palace, en Marylebone, Londres. La que se encuentra en Recoleta es una réplica hecha por el mismo autor.
Según las propias palabras del autor “Si me piden que describa lo que hago con mi escultura, respondo que miro hacia una época anterior y la presento de una manera impresionista pero contemporánea” y “Mis esculturas son esencialmente una representación impresionista de la figura. Donde ves que la figura aparentemente crece del suelo, la textura se asemeja a la corteza de un árbol, roca o flujo de lava. A medida que el ojo sube por la escultura, el acabado se vuelve más suave y delicadamente trabajado, culminando en las manos y la máscara, las cuales se observan y modelan con precisión”.
Es la continuidad y la tradición figurativa lo que caracteriza a Philip Jackson, sea por sus esculturas de galería inspiradas por Venecia y la Maschera Nobile (las cuales son buscadas por coleccionistas de todo el mundo), o sus encargos públicos como el Bomber Command Memorial en el Green Park de Londres o la estatua de Bobby Moore que da la bienvenida a los aficionados al fútbol en el estadio de Wembley. Es reconocido mundialmente, con múltiples nombramientos y premios, como Comandante de la Real Orden Victoriano, teniente adjunto de West Sussex, miembro del Comité de Telas de la Catedral de Chichester, miembro electo del Sindicato de Trabajadores del Arte, la Medalla Otto Beit de Escultura (tres veces), la medalla de plata de la Royal Society of British Sculptors, y miembro electo de la misma organización.
Txt: Max D.