La muy buena reputación del ingeniero Prins, se debía a sus características como profesional, dicen que era severo consigo mismo y con sus empleados, cuidadoso al extremo en todos los cálculos de sus obras; era perfeccionista a tal punto que algunos decían que eso se convirtió en una obsesión.
Arturo Prins creador del edificio sede de la Facultad de Ingeniería de la UBA. Se trataba del trabajo más retórico de toda su carrera y quería estar inmerso por completo en el proyecto
Los planos de la construcción componían algunas plantas para sobresalir con una gran torre central de altura monumental de casi 100 metros, y dos laterales coronadas por pináculos que flanqueaban el acceso, todo de estilo gótico.
La inauguración de las primeras tres plantas fue en el año 1925, finalizada la primera etapa del trabajo, en el año 1938 la construcción se interrumpió misteriosamente.
Sobre ese hecho surgen dos historias. La leyenda cuenta que los costos de la construcción habían superado en gran parte el presupuesto asignado para su construcción; esto fue motivado por la volatilidad de los mercados en aquellos años y el consiguiente alza de precios de los materiales.
Sin embargo, al año siguiente, se había aprobado una ampliación del presupuesto y esto le permitía continuar con la etapa final de la construcción. A partir de este momento los hechos que se suceden forman parte de la leyenda de la facultad que “según dicen las malas lenguas”, fue silenciada por historiadores de la arquitectura porteña.
Notificado Prins, volvió a su estudio y se abocó a los planos que había guardado. Cuentan que Prins se descompuso al repasar los planos con mayor detalle, y pidió a su secretaria que nadie lo moleste, no durmió en su casa, no atendió a su esposa y se encomendó solo a intentar terminar la tarea.
Pasados un par de días, Prins se reune en su despacho con dos amigos suyos, los arquitectos Francisco Gianotti y Mario Palanti, dos arquitectos italianos reconocidos en Buenos Aires.
A ellos les confiesa la causa que tanto lo inquieta.
Mientras ultimaba los detalles para iniciar la segunda etapa de la construcción de la facultad de derecho, halló un error de cálculo, tan importante que si no es corregido cuando construya las torres la estructura no aguantará y el edificio se vendrá abajo.
Gianotti y Palanti calmaron a Prins, en sus palabras aseguraban que tendría solución. Pero el ingeniero había estado buscándola y no la encontraba, por esa razón citó a sus amigos y pidió su colaboración para reparar el error y concluir el proyecto edilicio.
Luego de muchas horas de labor, ambos admitieron que el error no podía ser subsanado. Trágicamente solo existía una manera de poder construir las torres, y era tirando el edificio abajo y levantando nuevamente sobre los cálculos correctos.
Aparte de que no había cálculo que subsane el error, el gobierno diría que no a la única salida que tenían. Prins se sintió fuertemente decepcionado de sí mismo, su error dejaría una idea suya inconclusa, la más importante de su carrera.
A la mañana siguiente, su secretaria, encontró al ingeniero muerto con una pistola tirada en el suelo. Había terminado con su vida de un disparo.
El imaginario advierte que, un hombre obsesionado por lo perfecto como Prins fue incapaz de admitir su error y por eligió suicidarse.
El estado encomendó al arquitecto Palanti la continuidad de la obra pero éste les afirmó que solo Prins podía terminarla; por lo cuál se resolvió dejar inconclusa la facultad y construir una nueva en el predio ubicado en Av. Figueroa Alcorta, actual facultad de Derecho dejando la “Catedral” para la facultad de ingeniería.
Hasta aquí la leyenda, otra historia dice que el gobierno –por falta de presupuesto- paralizó la construcción dejándola como está actualmente, en el momento en que se aprobó un nuevo presupuesto para la Facultad de Derecho las autoridades observaron que la población estudiantil crecía exponencialmente y por ello resolvieron que, con ese dinero, se construya un edificio nuevo en la avenida Figueroa Alcorta y se entregue su sede de Las Heras a la facultad de ingeniería.
Para darle veracidad a esta historia, sus defensores cuentan que existe una anécdota en la que un amigo de Prins se encontró con el ingeniero en el año 1939 y le contó que se estaba rumoreando sobre un suicidio suyo por el trabajo inconcluso, éste con una carcajada respondió: “Me puedo suicidar por cualquier cosa menor por no terminar un trabajo”. Ese mismo año falleció y sus descendientes iniciaron un juicio al estado reclamando una indemnización por incumplimiento del contrato, muchos años después cobraron una suma irrisoria.
La leyenda del suicidio tiene continuidad años después. Cuentan que por los años ’50 un estudiante que siempre tenía excelentes notas y le faltaba pocas materias para recibirse de ingeniero armó una tesis para poder continuar con la obra inconclusa de Prins, a partir de allí no pudo aprobar ninguna materia más y siempre sus cálculos eran errados, finalmente el muchacho dejó la carrera y nunca pudo recibirse y matricularse para poder cumplir el objetivo que se había propuesto. Muchos años después otro estudiante avanzado quiso realizar el mismo trabajo y le cayó la misma “maldición” no pudo recibirse por más esfuerzo que hiciera en sus estudios, y tuvo que abandonar la carrera.
Todos los que pasan podrán observar el corte abrupto de la terraza de la facultad de la avenida Las Heras, y ahora se sabe dos historias sobre ello, una es más banal y cotidiana en el acto administrativo de cualquier gobierno, y la otra más romántico y legendario porque habla de un hombre apasionado y de su error; un error de cálculo que terminó con la vida de Arturo Prins y que aún sigue viéndose en la Facultad de Ingeniería.