El Centro Cultural Recoleta está configurado a partir de construcciones que se remontan a los siglos XVIII, XIX y XX.
Su origen se sitúa en los tiempos coloniales, donde formó parte de un extenso solar perteneciente al primer alcalde de la ciudad, don Rodrigo Ortiz Zárate, que lo habría recibido en el reparto de tierras hecho por Juan de Garay; dicha unidad original se modificó por el desarrollo de diversos establecimientos.
No obstante, su aparición física se da gracias a la fundación del convento de monjes Franciscanos Recoletos, que surgió alrededor de 1732 en los límites de la zona rural, al de la ciudad de Buenos Aires. Se cree que el diseñador de la Iglesia y el Convento, erigido unos años antes, fue el arquitecto jesuita Andrés Blanqui, autor de los planos del cabildo. En 1822, en un sector de los jardines de dicho convento, se emplazó el Cementerio del Norte, lo que hoy es comúnmente conocido como Cementerio de la Recoleta, extendido unos años después casi hasta sus límites actuales.
El tiempo pasó y con él se fueron las viejas políticas para acarrear nuevas leyes, en donde, tras la reforma del orden eclesiástico que obligó a los monjes a abandonar el compendio de edificios donde se hospedaban, pasaron a ser un bien público de la ciudad de Buenos Aires.
A partir de ese momento, lo que hoy se conoce como el Centro Cultural de Recoleta transitó diferentes destinos: Asilo de Mendigos, tiempo en el cual el, por aquel entonces intendente de la ciudad, Tocuarto de Alvear encarga al arquitecto Juan A. Buschiazzo la remodelación del Cementerio y el Asilo, que además son ampliados: se adosaron nuevos pabellones, un volumen neoclásico de pilastras jónicas y tímpano sobre la calle Junín y una capilla neogótica para los internados que conforman el ala izquierda, conservando los claustros originales; más tarde, será Hospital de Sangre, cuartel, hotel de inmigrantes, alojamiento de indígenas, escuela de agricultura y, finalmente, en 1944 inaugurarán un Hogar de Ancianos Gobernador Viamonte, que continuaría funcionando hasta 1978 para darle paso a su nuevo destino.
El cierre del Hogar de Ancianos se ve enmarcado en pleno “Proceso de Reorganización Nacional”, nombre con el cual se autodenominó la dictadura cívico-militar argentina, mientras el intendente de la ciudad de Buenos Aires era el brigadier Osvaldo Cacciatore (1976-1982); éste encarnó el ímpetu ingenieril que caracterizó al gobierno militar argentino, sosteniendo como principales postulados: la limpieza total urbana y la revitalización de viejos proyectos. Debido a estos ideales, el Hogar camina su último trayecto antes de la traumática expulsión de los pensionados en concordancia con la voluntad de Cacciatore de mantener “limpia” la ciudad de fealdades causadas por la vejez y la pobreza.
Poco después del dicho cierre, comienzan los trabajos del Centro Cultural, que será inaugurado, o por lo menos la primera etapa del mismo, a fines de 1983. Por esta razón, a pesar de la apariencia “estética” del C.C.R. en relación al cínico discurso gubernamental, la obra no fue identificada por la sociedad como una que formara parte del oscuro período de nuestro país, sino que se la vinculó, en función al comienzo del ejercicio del centro, con una obra del gobierno alfonsinista.
Gracias a ello, el Centro Cultural Recoleta se convirtió en uno de los puntos de reunión y encuentro –acciones que caracterizaron la vuelta a la democracia– más significativos de la juventud en los primeros años del período democrático de la Argentina.
“El todo de las partes”: la idea matriz del arquitecto y artista Testa y sus colegas, el proceso proyectual y la intervención arquitectónica.
La gran remodelación de la obra llegaría casi un siglo después de la primera realizada a manos del arquitecto Andrés Blaqui, con una Argentina sumida todavía en una dictadura militar, intentando mantener a flote a duras penas la economía ya en situación de decadencia–; luego que en el año 1979, el arquitecto y artista Clorindo Testa, junto con sus socios Jacques Bedel y Luis Benedit (todos integrantes del Grupo CAYC), ganaran el concurso del Centro Cultural de Recoleta de Buenos Aires con el principal objetivo de transformar el viejo asilo e instalar en una sede única: el Museo del Cine, el Museo de Arte Moderno y el Museo de Artes Plásticas, además de alojar a parte de la colección del Museo de Arte Hispanoamericano.
Testa señaló que él y sus asociados Bedel y Benedit: “no nos preocupamos ni por restaurar el edificio ni por rehacer las cosas que habían sido volteadas”. Su posición fue concisa y clara, y fue la siguiente según cita Jorge Glusberg en su artículo Tonos Desenfadados: “[…] aprovechar lo aprovechable, y agregar lo necesario, sin renunciar a lo viejo pero, sobre todo, sin olvidar lo nuevo.”
Los arquitectos entonces, se centraron en destacar la composición del conjunto: el antiguo convento franciscano, organizado en claustros alrededor de cinco patios sucesivos, propios de la tipología edilicia del convento y de la época de fundación, la terraza; la capilla neogótica y los pabellones eclécticos. El resultado, fue su principal premisa: enaltecer el convento de los recoletos y modificar libremente el sector de los pabellones. Si bien la renovación también arrastró consigo demolición de partes del edificio colonial, el criterio de revalorización no se dejó de lado y se optó por dejar marcas del pasado: como retazos de muros, entre otros, que dieron paso a nuevas espacialidades potenciadas por terrazas al aire libre, con miradores y diferentes situaciones que fomentaban la permanencia; posición que le fue altamente criticada y hasta ironizada por los proteccionistas y conservadores del patrimonio arquitectónico argentino.
En base a esto, estructuran la propuesta proyectual mediante la configuración de una calle central de carácter urbano que va enlazando de forma coherente al conjunto de edificios preexistentes y le da carácter, explotando el eclecticismo clave del conjunto, generando un centro para las más diversas manifestaciones culturales de la ciudad, rematando sobre los jardines de lo que sería unos años después el Buenos Aires Design Center.
Básicamente, con la plataforma existente, la idea de intervención fue respetar primordialmente toda la exterioridad del compendio de edificios reforzando la línea natural del conjunto que tendía a marcar e interiorizar al usuario en una idea de paseo: resultó en una intervención armoniosa y coherente donde todos y cada uno de los diferentes museos se interrelacionan entre sí por medio de un trayecto ininterrumpido, pero por sobre todo, resultó en la confluencia de diferentes tipos edilicios, diferentes lenguajes arquitectónicos, en un todo.
Sumado a esto, se propusieron firmemente conservar los claustros originales de mayor valor histórico, convirtiéndolos en galerías de exposición, en donde, para aumentar la superficie de exhibición se cegaron aberturas, y se acentuaron los vanos originales con rehundidos en la mampostería y con gradaciones de color en la misma gama: ocres, siena, rojo pompeyano y blanco. Mientras que se remodelaron los patios y edificios de menor valor, como la capilla neogótica, que se transformó en auditorio, y demoliendo estructuras sin valor histórico ni arquitectónico. Además, dieron aparición a los nuevos cuerpos y adosaron al conjunto un par de escaleras realizadas en hormigón armado y vidrio, difiriendo completamente a los órdenes clásicos que caracterizaban la totalidad de la arquitectura antigua, y dándole más bien un aspecto “contemporáneo” que, sin embargo, no ostentan deseos de ruptura con lo ya existente.
Propiamente en lo que refiere a la intervención específicamente, los arquitectos exploran y reformulan los antiguos claustros de los monjes franciscanos, los cuales, como se aclaró anteriormente, pasaron a convertirse en galerías de exposición. Tanto en éste sector como en los patios exteriores del conjunto, particularmente el Patio de “Los Naranjos” y la fuente, donde se planteó un puntual interés en respetar y mantener el estilo colonial que los caracterizaba.
Por otro lado, en la ex capilla neogótica que pertenecía al asilo, se transformó en auditorio: “El Aleph”. Refuncionalizado para alojar una capacidad de hasta 200 personas, fue planteado como un espacio multifuncional donde pudieran realizarse diversas actividades culturales. En torno a la revalorización del auditorio, conservaron sus puertas y vitrales originales, modificándolos por medio de la adhesión de elementos arquitectónicos sutiles y de diseño, de manera que se pudieran adecuar a su función actual.
Clorindo Testa relata la intervención proyectual de la siguiente manera: “Contábamos con una base física de extraordinario valor, no común en la ciudad de Buenos Aires. Un amontonamiento de edificios producido a lo largo del tiempo. Es como un poblado con un gran eje central, una calle abierta de unos ocho o diez metros de ancho por más de doscientos de largo que cumplen la función de vincular todos aquellos edificios.” En cuanto a etapa de ideación, detalla: “La idea fue respetar todo el exterior agregándole perceptiblemente algunos elementos para seguir la línea evolutiva del edificio. La base arquitectónica era muy favorable para que todo esto se convirtiera en un verdadero paseo, y no tanto por nuestras intervenciones sino porque naturalmente es así, como si se hubiera dado solo. Los distintos museos deben intercomunicarse para que puedan recorrerse sin interrupción y que el visitante se sienta invitado a hacerlo”.
Así, el Centro Cultural Recoleta es el resultado de una curiosa mixtura a través del tiempo, que combina armoniosamente la arquitectura de por lo menos tres diferentes períodos de la historia de Buenos Aires y la Argentina: desde su fundación, con una arquitectura propia de la época colonial y católica, la “Belle Époque” de fines del siglo XIX y sus claras influencias europeas, principalmente italianas y francesas, y finalmente, la Buenos Aires posmoderna, reflejada en las adhesiones de Testa, Bedel y Benedit.
En definitiva, en lo que refiere a la operación arquitectónica en el Centro Cultural, lo más destacable y magistral es la capacidad del arquitecto en haber hecho del conjunto de los edificios anteriores y los actuales un todo orgánico y no una mera adición de partes.
Francisca Rosa
Arquitecta