La sede de la Facultad de Ingeniería de la UBA, es un ícono neogótico incompleto. Una obra que no logró coronarse y carece de los revestimientos exteriores, aún así se trata de uno de los edificios más imponentes de la Ciudad.
Ubicada en Avenida Las Heras 2214 en el barrio de Recoleta fue construido en 1909 y 1910 para albergar a la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires. Es la única construcción neogótica monumental de carácter no religioso en la ciudad y se destaca por su impresionante volumetría y torres. El proyecto fue elaborado por el ingeniero civil y arquitecto Arturo Prins, con la colaboración de dos arquitectos italianos, Francisco Gianotti y Mario Palanti.
Prins (1877-1939), graduado de la Escuela de Ciencias Exactas Físicas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires en 1909, estudió arquitectura en Francia e Italia, fue profesor de Teoría de la Arquitectura en la misma y desempeñó distintos cargos a nivel nacional y provincial.
Aunque el proyecto “Luis XIV” diseñado por el arquitecto Prins resultó ganador del concurso, las autoridades de la Facultad de Ingeniería decidieron finalmente cambiar ese estilo por uno neogótico. El encargado de elaborar el nuevo proyecto y dirigir la obra fue el mismo ingeniero civil y arquitecto Prins.
El proyecto final contemplaba la ocupación de toda la manzana delimitada por la avenida Las Heras y las calles Cantilo, Pacheco de Melo y Azcuénaga. La estructura general se conformaba por un subsuelo, una planta baja avanzada que formaba una terraza alrededor del edificio, y tres pisos con patios jardines internos. Además, contaba con una torre central de gran altura y torres laterales más bajas. Se accedía al edificio por tres entradas, siendo la principal sobre la Avenida Las Heras y las otras dos sobre los frentes laterales.
La piedra fundamental se colocó en 1909, en 1912 comenzó la obra y en 1925 se inauguró parcialmente; recién en 1948 se transformó en sede de Ingeniería. Los trabajos estuvieron parados al menos dos veces y Prins no cobró el total de sus honorarios. Sus herederos fueron a juicio y lograron redimir al autor recién en los años 60, más de 20 años después de su fallecimiento.
Pensado para alojar estudiantes, en los vitrales y carpinterías se pueden ver balanzas. Y el interior tiene un aspecto industrial, una gran hall atravesado por vigas de hierro expuestas, entendiendo que la idea siempre fue que las vigas estuvieran a la vista. Igual que los techos, que son de ladrillo, abovedados y es lo que se usaba en la época.
Pese a la grandilocuencia exterior, el interior es bastante austero. Básicamente revoque y mosaico granítico.
El proyecto contemplaba tres torres: una central de 120 m de altura, con un reloj y campanario, y dos de 50 m en los extremos.
Aunque los sótanos no están abiertos al público, allí se pueden ver las bases de este tremendo edificio: Prins sí había calculado el peso de las torres y el revoque exterior. Y las mansardas, que aparecen en fotos antiguas y que se habían colocado para darle un “cierre estético” al techo, debieron ser desmanteladas. Eran de madera y, debido a la falta de mantenimiento, se destruyeron.
Mario Palanti, el arquitecto italiano que tiempo después diseñaría y construiría uno de los edificios centrales del patrimonio porteño: el Palacio Barolo, fue uno de los importantes colaboradores que tuvo la obra.
Trabajó con un contrato por dos años en el estudio de Prins y participó activamente del proyecto. Palanti conocía el repertorio del gótico y neogótico y su trazo se hace visible comparando los bosquejos de la fachada e interiores del proyecto para la Facultad con los primeros revelados, algunos años después, los posibles interiores del Barolo.
Otro destacado colaborador fue Francisco Gianotti creador de la Confitería del Molino.
En 2016 se llevó a cabo una restauración y puesta en valor de las fachadas y los interiores del edificio, restauración de los vitrales y finalización de la fachada respetando el proyecto original de Prins.
La leyenda generada alrededor de Prins no es cierta. El arquitecto no se suicidó, como se rumoreaba antiguamente, sino que murió muchos años después, a los 62 años. Hay cierta atracción en la paradoja que supone que un ingeniero y arquitecto haya realizado cálculos errados para un edificio que terminó siendo una de las sedes de Ingeniería. Pero no se equivocó y la fachada inconclusa se dio simplemente por falta de presupuesto.
Este imponente edificio es un ejemplo destacado de la arquitectura neogótica en Buenos Aires y un testigo histórico del desarrollo de la educación superior en la ciudad. Su restauración y puesta en valor representan un importante esfuerzo por preservar el patrimonio arquitectónico de la ciudad y asegurar su legado para las generaciones futuras.