El amor es cuestión de cerebro.

Si bien se lo atribuimos al corazón, es el cerebro quien tiene mayor protagonismo en nuestro estado de enamoramiento.

El cerebro es el órgano más fascinante, misterioso y complejo de nuestro cuerpo y la neurociencia lleva años investigando su funcionamiento, especialmente sobre cómo se vinculan el cerebro y las emociones.

En su ensayo sobre la neurobiología del enamoramiento, Donatella Marazziti, psiquiatra y neurocientífica italiana, autora de La natura dell’amore (La naturaleza del amor), describe lo que ocurre en nuestro cerebro durante las principales fases del amor, desde que salta la chispa fatídica hasta que, pasado el momento de pasión, la relación se transforma en un vínculo de apego.

Según lo explica Marazziti, los estudios realizados hasta el momento, exponen que el amor es una emoción ligada a la supervivencia y que está regulado por los mismos mecanismos que nos permiten afrontar el peligro”. “Está regido por las mismas áreas del cerebro que controlan las reacciones de ataque y huida ante los estímulos ambientales y son áreas que actúan bajo el nivel de la conciencia.
Por ejemplo: si estamos paseando por el campo y de repente vemos un movimiento en la hierba, tardamos solo 6 milisegundos en salir corriendo si se trata de una serpiente o para relajarnos si, por el contrario, solo era nuestro perro. En seis milisegundos la conciencia nos dice lo que tenemos que hacer.

De igual modo ocurre con el enamoramiento. Bastan solo seis milisegundos para enamorarse y otros seis para entender lo que está sucediendo: veo a una persona que me atrae, en seis milisegundos estoy preparado para huir o para atacar y seis milisegundos después el córtex prefrontal me dice “corre” o “relájate”. Estos procesos subcorticales, explican la belleza del enamoramiento que puede definirse como un miedo sin miedo”.
Las estructuras subcorticales están representadas por un conjunto de formaciones neurales de características diversas ubicado en la profundidad del encéfalo entre las cuales se incluyen el diencéfalo, la glándula pituitaria (hipófisis), estructuras límbicas, y los ganglios basales, actualmente llamados núcleos basales. Estas estructuras están involucradas en actividades complejas como la memoria, emociones, placer y producción de hormonas. Actúan como centros de información del sistema nervioso, ya que relevan y modulan información que va de camino a diferentes partes del cerebro.

Tampoco podemos elegir de quién nos enamoramos, sino el enamoramiento se da por casualidad.

Según la neurocientífica, “Nos enamoramos por casualidad, de repente aparece alguien desconocido que por algún motivo nos llama la atención y se convierte en esa persona increíble de la que no podemos prescindir. Somos conscientes de que estamos enamorados porque experimentamos las características mariposas en el estómago, la aceleración del pulso, sentimos los cambios de nuestro cuerpo y el cerebro los descodifica a través de la amígdala”. La amígdala es una estructura localizada en el lóbulo temporal formada por diferentes núcleos y tradicionalmente relacionada con el sistema emocional del cerebro.

“Cuando nos enamoramos conectamos el cerebro con todos nuestros órganos”, “Podemos decir, entonces, que el corazón del amor es el cerebro”. Afirma la experta.

Otro dato interesante en el descubrimiento de la neurobiología del amor es el rol que ejerccen los neurotransmisores. Los neurotransmisores son sustancias usadas por las neuronas para comunicarse con otras y con los tejidos sobre los que van a actuar.

Se puede apreciar, que en el cerebro de los enamorados se produce una disminución de la serotonina y un aumento de la dopamina.

De acuerdo al estudio realizado por la doctora, denominado Decreased lymphocyte dopamine transporter in romantic lovers. Se demostró que en las personas enamoradas se halla mayor concentración de dopamina, un factor que demuestra el universo de emociones y estados anímicos que se perciben cuando estamos enamoradxs: la felicidad, el aumento de energía, el deseo de unión psíquica y sexual con el otro y, más en general, el placer asociado a la relación.

El enamoramiento es como un forma transitoria de locura. Cuando estamos “in love” desciende el nivel de serotonina, pero entra en la ecuación la dopamina, la hormona vinculada a las sensaciones de placer y gratificación. Nuestros estados se alteran y nos encontramos constantemente a mil, eufóricos, o alternamos momentos de felicidad con otros de extremo abatimiento dependiendo de las actitudes de nuestra pareja. El pensamiento está continuamente centrado en el otro, y sentimos que el otro es el ser más extraordinario del mundo. Sin embargo, la otra cara de la moneda nos indica que un exceso de dopamina en el torrente sanguíneo puede provocar formas de delirio en las que, por ejemplo, podríamos volvernos excesivamente celosos.

Estas alteraciones de los neurotransmisores como la serotonina y la dopamina podrían explicar por qué ciertas relaciones afectivas pueden convertirse para algunas personas en una fase de vida arriesgada, hasta el punto de desencadenar verdaderas patologías psiquiátricas o trastornos del comportamiento como acoso y la agresividad.

La fase de enamoramiento provoca un aumento de la dopamina, proporcionando un enorme placer y activando el circuito de la dependencia, al cabo de seis meses los niveles del neurotransmisor bajan inevitablemente calmando las llamas de la pasión, permitiéndonos ver lo que no nos gusta del otro.

Enamorarse es muy fácil y no depende de nosotros, pero para sacar adelante una relación hace falta voluntad. “La fase siguiente al enamoramiento es en la que entran en juego los mecanismos de apego que aportan el placer de estar juntos derivado del conocimiento. En esta fase se produce un aumento de las hormonas del apego, como la oxitocina y la vasopresina.
Las primeras crisis de pareja suelen aparecer entre el primer y el tercer año de estar juntos, precisamente porque al faltar el impulso neurobiológico inicial se requiere de un acto de voluntad”. Concluye la doctora.
CS.