Entre las calles Austria, Agüero y Av. Del Libertador, en el barrio de Recoleta, se encuentra la Biblioteca Nacional Mariano Moreno, un enorme edificio de hormigón diseñado por los arquitectos Clorindo Testa, Francisco Bullrich y Alicia Cazzaniga. La obra, inaugurada en 1992, constituye un hito del brutalismo en nuestro país.
Si bien la Biblioteca Nacional, fue creada en 1810 por la Primera Junta, no fue hasta 1960 que se le otorgó un terreno propio para que allí establezca su sede. Mediante la Ley Nº 12.351 se le destinaron las tres hectáreas ubicadas entre las avenidas del Libertador y Las Heras, donde anteriormente, se encontraba el Palacio Unzué, la Residencia Presidencial durante la presidencia de Juan Domingo Perón, y demolida por orden de la dictadura llamada Revolución Libertadora.
La obra fue adjudicada mediante un concurso de carácter nacional, organizado por la Sociedad Central de Arquitectos (SCA) en 1961. Participaron importantes estudios de la época pero quienes obtuvieron el primer premio fue el proyecto de los arquitectos Clorindo Testa, Francisco Bullrich y Alicia Cazzaniga de Bullrich.
Su proyecto consistió en modificar el programa organizativo de una biblioteca tradicional, donde generalmente se ubican las estanterías en las paredes alrededor del espacio de lectura. En este caso, plantearon elevar las salas de lectura, dando lugar a un mirador urbano con vistas de la ciudad. Mientras que los depósitos de libros se ubicarían bajo tierra, ya que esto protegería a los libros del efecto nocivo de la luz y a su vez, permitiría en un futuro expandir el espacio, de ser necesario, sin interrumpir el funcionamiento del establecimiento.
Su construcción, por distintos motivos, sobre todo económicos, se demoró 30 años, por lo que se inauguró recién en 1992. El diseño original se mantuvo, a excepción de que, por razones presupuestarias, se eliminó de la fachada los parasoles metálicos que protegerían los sectores de lectura de la luz exterior. A su vez, en la etapa final de la obra, el Estado removió a los arquitectos Testa y Bullrich de la dirección, dejándola a cargo de la Dirección General de Arquitectura Educacional (DGAI), que modificó otros detalles como los revestimientos del auditorio (eligiendo materiales más económicos), los materiales para los pisos y el mobiliario nuevo.
Sin embargo ello no impidió que el edificio se constituya como un gran ejemplo a nivel internacional del diseño brutalista. Un estilo surgido en los años 50, derivado del Movimiento Moderno que buscaba alejarse de las líneas pulcras y formas monótonas de dicha corriente. Se caracteriza por tener al hormigón crudo como material esencial, por su funcionalidad y racionalismo, y por la clara exhibición de la estructura, así como sus cualidades audaces y geométricas.
La biblioteca, se constituye en su mayoría por volumen enterrado. Tiene tres depósitos subterráneos: dos de ellos destinados a libros, con capacidad para tres millones de libros, y uno destinado a guardar revistas y diarios, con una capacidad de quinientos mil ejemplares. Luego sigue un nivel semienterrado donde se alojan oficinas y la hemeroteca, cuya sala está iluminadas por una lucerna que asoma del piso de la terraza de acceso como una cúpula piramidal.
Una vez liberada la estructura del edificio del enorme peso de los libros, se eligió elevarla sobre pilotes, que albergan la circulación vertical, tanto de personas con las escaleras y ascensores, como de material bibliográfico, con montantes de electricidad. Estos cuatro apoyos, según el arquitecto Testa, evocan un gliptodonte, un mamífero acorazado extinto cuyos restos fueron descubiertos en la excavación del lugar.
La elevación asegura una relación directa entre el espacio verde, y el edificio, consecuente de la continuidad del parque “por debajo” de la biblioteca a través de una plataforma de acceso, que a su vez actúa como terraza hacia el parque circundante, el puerto y el Río de la Plata.
Al hall principal se accede por una serie de rampas, escalinatas y escaleras caracol que dan a una terraza que a su vez se conecta con la Escuela Nacional de Bibliotecarios, que funciona en un edificio independiente. En el hall de entrada hay una pequeña sala de exposiciones, y está el acceso a las dos escaleras y batería de dos ascensores que conducen a todos los niveles del edificio: en el primer piso está el auditorio y una sala de exposiciones, y tiene un entrepiso donde funciona la dirección y otras oficinas, en el tercer y cuarto piso están las salas de consulta especializadas, y el quinto piso la sala de lectura general en doble altura, con la sala de recepción y entrega de libros, y una rampa en zigzag conduce al sexto piso, donde hay salas de consulta especializadas.
La luz natural obtuvo un tratamiento casi escenográfico en los interiores. Los autores se valieron de la distribución meditada de grandes óculos y perforaciones en el hormigón, para dotar a cada espacio de un carácter protagónico, que subyuga a quien los recorre por el tratamiento de los claroscuros. El edificio en sí ofrece, desde los subsuelos a la terraza, un recorrido arquitectónico cargado de formas y elementos de alta plasticidad, que le dan un carácter netamente escultórico, y por ello se considera una espectacular obra de arquitectura.
Es un edificio emblemático, que vale la pena conocer por dentro y sumergirse en la mística de sus salas de lectura, y por fuera en su hermoso parque.
Txt: Lola S.